jueves, 18 de agosto de 2011

Sombras de realidad, Capitulo 3







Introducción día tres.
Nuevamente se escucha “las bodas de fígaro” de fondo. A un costado a su derecha pudo divisar una figura que claramente era Alfonso, y a su izquierda pudo recordar ver de una manera más precisa a la mujer del bar. Luego por unos instantes Rodolfo tuvo una especie de apagón en su memoria y lo siguiente que recordó fue ver al mismo hombre de anteojos redondos mirándolo fijamente seguido por otro apagón.
Esta vez, después de ese silencio visual vio algo mucho peor de lo que sus más tétricas y morbosas pesadillas jamás hubieran mostrado. Un cuerpo con la caja torácica completamente separada en dos, al igual que en una autopsia, muchísima sangre e instrumentos de cirugía recientemente usados y empapados de olor a carne con una pizca de muerte. Frente a esto su reacción fue despertar bruscamente.
Día tres.
Movido por acción de un reflejo, una fuerza superior o a causa del miedo, sin dudarlo y ni siquiera pensarlo dos veces tomó el teléfono y llamo a su psiquiatra, el cual hacía dos años no veía.
Marco cita para una hora después de su egreso del trabajo, debía ir a ese apartamento al cual prometió nunca más volver.
Apenas colgó vio una luz cegadora seguida de un fuerte trueno que provoco el estremecimiento de sus ventanas e incluso sus miembros inferiores, algo impresionantemente curioso e insólito fue que no llovía, el cielo estaba absolutamente despejado.
Desde su trabajo se dirigió hacia aquel apartamento que le causaba tanto desasosiego. Mientras se dirigía hasta su destino recordó que se había olvidado completamente de llamar a Alfonso, cosa que le pareció estúpida, ya que el haber tenido que viajar por medio de un taxi debería de haberle recordado contactarse con él con el fin de solucionar el problema con el arreglo de su auto.
Tantas ideas pasaban por su cabeza, pero lo primordial frente a su mente eran esos sueños, esas inquietudes que le carcomían el cuerpo y alma, que contrastaban de una manera casi siniestra y mística con lo que la belleza de la costa deslumbraba.
Mientras salía del taxi, vio a un hombre muy extraño bajando de un autobús, el hombre iba diciendo cosas que llegaban a tal punto de lo ininteligible que parecían gemidos, tenía una cara extraña, ojos salidos, azules como el cielo al mediodía y pupilas dilatadas. Caminaba de una manera muy rara, como si estuviera horrorizado de todo lo que lo rodea y del aire en sí. Fue tan grande la impresión de Rodolfo que espero verlo pasar a el primero y abrir la puerta, observándolo por detrás, le hizo acordar de una extraña manera a Gollum del señor de los anillos pero vestido, un poco más relleno y con pelo.
A Rodolfo algo que le llamo la atención es que este hombre llegue a esa hora, él había pedido hora para dentro de 5 minutos, y obviamente, este extraño también iba al mismo lugar que él y con razones más fuertes a simple vista, pero no siguió pensando en eso, era de lo que menos había que preocuparse pensó, al fin y al cabo su psiquiatra era un hombre muy profesional que nunca había tenido un error en cuanto al horario de las sesiones.
Al entrar al edificio, sube por el elevador hasta el piso cuatro, al salir de esta ve entrar a ese extraño hombre al apartamento tres de ese piso, el apartamento de su psiquiatra, prosigue abriendo la puerta y ve la entrada del apartamento tal y como lo recordaba, muy pocos cambios destacados.
La entrada, o hall principal, era espaciosa, pintada de un tono verde manzana con unas ventanas amplias a la derecha, que daban una vista espectacular a la costa, rodeadas por unas cortinas rojas que contrastaban totalmente con el color de las paredes. Al frente había tres sillones para esperar, uno largo para tres personas, y dos para una sola persona, todos de terciopelo color rojo. El piso esta vez esta vez estaba cubierto completamente por moquete negra, posiblemente para disimular la suciedad y no andar limpiando el piso siempre como cuando ésta era de color blanca. A la izquierda se encontraba la recepción y junto a esta, la puerta para acceder a ese salón testigo de tantos recuerdos, penas y locuras, ajenas y propias.
Para Rodolfo, esta belleza de lugar era igualmente superada por los casi implacables recuerdos que por años lo han perseguido, pero que por sesiones extremadamente largas y rutinarias fueron amansados.
-Calma Emiliano, tranquilo. Tenés que esperar una hora más, hay otro paciente.- contestó la recepcionista con una voz suave que expresaba tranquilidad y entendimiento.
-¡No puedo, no puedo, no puedo!- reiteró este hombre, con lágrimas irradiando espanto y desesperación.
-Debés hacerlo, el doctor Harrison te va a atender en la hora que es tuya- insistió.
-¡Taaaaaaaaaaaaa!- se hizo un silencio de dos segundos mezclado con su agitada respiración- ¿¡Basta, no quiero escucharte más ni a vos ni a ellos, no me dejan tranquilo no entendés!?
-Señorita, ¿necesita ayuda? – intervino Rodolfo preocupado.
-No, muchísimas gracias por tu amabilidad, pero lamentablemente ya estoy acostumbrada- respondió con una sonrisa cuya falsedad estaba delatada por sus expresiones.
Poco después dejó de molestar a la recepcionista, se sentó en un sofá y quedo balanceándose y hablando consigo mismo.
Rodolfo le dijo su nombre a la secretaria, y ésta le abrió la puerta diciéndole “adelante”.

Ferchu Fernández 

1 comentario: