miércoles, 16 de noviembre de 2011

Sombras de realidad, Capitulo 8

Introducción Día cinco y el último adiós.
Luego de unas largas y duras horas, Rodolfo averiguó donde sería el velorio y que a las doce del mediodía comenzaba. Acompañó a Mía a su apartamento donde ella le invitó a pasar. Tomaron algo intentando disminuir su estrés o quizá distraerse aunque sea por unos minutos y cubrir con el presente el pasado muy cercano a este.
Sin darse cuenta, se acercaron el uno al otro y sus caras estaban frente a frente, entonces Rodolfo supo que era su señal, debía actuar. Se dieron un beso que varios minutos duró y en sabanas terminó. Sus cuerpos pegados el uno al otro, palpitaciones aumentando su velocidad al mismo tiempo que lo hacía la temperatura de sus pieles, olvidando todos los problemas por poco menos de una hora, teniendo un poco de luz en tanta oscuridad.
Cuando todo calmó quedaron completamente dormidos, en sueños ambos pudieron verse mutuamente, uno al lado del otro, tal y como estaban en su cama, solo que eran camas separadas. Esto era inquietante, pero nada comparado con algo que estaban a punto de ver, varios médicos estaban sobre un cuerpo yaciendo inmóvil en una camilla, poco se veía, pero lo más llamativo era que ese hombre era Alfonso y no solo eso, por lo que veían estaban haciéndole algún tipo de examen médico. Más al fondo distinguieron al médico de gafas tarareando mientras, otra vez, escuchaba “Las bodas de Fígaro”.
Cuando ambos despertaron se saludaron con un beso y se miraron como si supieran exactamente lo que iban a decirse, y eso era, de hecho ambos soñaron lo mismo. Mía no necesito contarle que ella también tenía esos sueños para que Rodolfo lo notara, con su simple mirada y expresión sacó la conclusión que ella estaba en la misma situación que él.

Día cinco y el último adiós.


Doce menos cinco ya estaban en la puerta de su destino, estaban tan inmersos en lo sucedido que no se percataron de la llovizna, estaban simplemente esperando llegar al lugar donde toda persona alguna vez en su vida por más sola y miserable que sea debe ir alguna vez, aunque por causas del infortunio y las vueltas de la vida puede ser que se deba de hacer este lugar un hogar, en donde simplemente terminamos siendo letras y números.

Muchas personas se encontraban presentes demostrando que Alfonso era una gran y muy querida persona. Al parecer su esposa lo había abandonado hacía unos años, no se sabía nada de ella y había dejado el cuidado de su hijo al cuidado de Alfonso. Un chico de aproximadamente quince años sollozando acompañado de muchos amigos conteniéndole e intentando apaciguar su inevitable e insaciable dolor aunque sea por unos instantes.
Rodolfo y Mía mientras se acercaban a donde se encontraba el ataúd se sentían más y más agobiados por energías que absorbían la vitalidad, a la vez que aumentaba la lluvía y ya se había tornado un chaparrón, tanto era así que les era imposible recordar momentos felices, solamente deprimirse más y más, al punto que no podían controlar sus expresiones faciales y no demostrar tristeza absoluta.
Viendo el cuerpo somnoliento y apaciguado de Alfonso simplemente pensaron que estaba descansando en paz, nada más le iba a molestar y su vida estaría tranquila a partir de ese momento, ya las sombras no le perturbaban. En ese momento por acción de la casualidad se encontraban solamente ellos dos y el cuerpo, nadie más.
Repentinamente, percibieron que algo no estaba bien con éste lugar, se escuchaba “Claro de luna” de fondo, pero no había ningún artefacto que pudiera reproducir sonido. También algo extraño había con el cajón, el cual tenía una parte abierta que simplemente dejaba ver el rostro del difunto hombre, nada más que no fuera el rostro. Contiguamente al cajón por unos instantes apareció frente a sus caras este hombre aterrador de gafas con pinta de médico, que posteriormente se desvaneció tan rápido como vino desapareciendo a la vez que un relámpago los estremeció.
El rojo intenso empezaba a cubrir la madera color caoba, como lágrimas de muerte, como si se derritiera una vida con final sin suerte. Esto causó un intenso pánico en los que lo vieron, que casualmente eran Rodolfo y Mía, sin darle un respiro a la reflexión, fueron a ver qué pasaba, a que se debía eso. Tal fue su sorpresa al levantar la tapa del cajón que vieron como el cuerpo abierto de Alfonso reposaba en un mar de sangre, las costillas separadas entre ellas, era simplemente un recipiente de carne vació. Del espanto provocado debido a este acontecimiento ambos lentamente caminaron hacia atrás, sin quitarle los ojos de vista al cajón.
Un grito de desesperación los hizo saltar del espanto, era el hijo de Alfonso, que corrió hacia el cajón y quedó frio por unos pocos segundos.
-¡¿Que hicieron?, váyanse de acá!
-Espera…- Respondió Rodolfo intentando dar una explicación que fue interrumpido por Mía diciéndole “Hagámosle caso”.
Cuando se iban el hijo de Alfonso le pegó un puñetazo en la cara a Rodolfo, quién se fue con la nariz sangrante acompañado de Mía.
Volvieron hasta lo de Mía, ambos sin entender nada de lo que pasó, se despidieron y él retornó a su hogar para finalmente irse a dormir y descansar luego de ese día tan largo, arrepintiéndose de no haberle podido dar su último adiós en el entierro.

Ferchu Fernández

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