jueves, 6 de octubre de 2011

Sombras de realidad, Capítulo 7



Introducción Bar a las nueve.
El día continuó sin percances, las agujas hacían aguardar con entusiasmo y euforia a la hora marcada. Tomó una ducha, comió algo, se cambió y salió para ese lugar donde muchas penas son ahogadas en incontables cantidades de alcohol.
En éste, volvió a ver sentada en el mismo lugar a esa mujer que tanto le había cautivado y que tan fríamente lo rechazo. Ni siquiera se atrevió a dirigir su mirada a ella, simplemente se sentó en una mesa a esperar a Alfonso.
Eran ya las nueve y diez, Rodolfo se preguntaba si Alfonso lo dejaría plantado, pero igual conservó la fe en él, y tal como ésta le dijo, eso pasó. Con unos minutos de retraso pero llegó, aunque al parecer estaba muy agitado, miraba para todos lados y caminaba con extrema cautela, intentando tener precaución de tal vez no ser herido por el viento quizá.

Bar a las nueve.

- Disculpa la demora, te juro que cada vez estoy peor, estoy harto, no aguanto más vivir así. – Dijo el nervioso hombre.
- No hay problema, muchas gracias por venir, en serio te lo agradezco inmensamente, capás podes aclarar mis inquietudes, ¿Podrías decirme más o menos qué es lo que te pasa? No creo que sea mera coincidencia que me hayas visto en tus sueños y que parezca ser que ambos estamos conectados de una manera, sino no sé cómo podrías verme al costado tuyo y yo también pero del lado opuesto. – Dijo Rodolfo intentando resolver todo esto o simplemente averiguar algo.
- ¿Realmente también me viste? Entonces cuando te dije como te veía fue la razón de tu silencio. Entonces no estoy loco, no podría ser posible tal cosa. Entonces… ¿Pero qué hay de las sombras? Pienso que también las estás viendo, yo ya no puedo continuar, a donde sea que vaya no me dejan solo.- Alfonso de una forma apresurada y sin pausa alguna dijo y preguntó.
- Disculpen, ¿qué se les ofrece? – Preguntó el mesero.
- Una cerveza para mí, ¿y para vos? – Le preguntó Rodolfo a Alfonso.
- Una botella de whisky del de siempre.
La conversación continuó, pero algo que a Rodolfo le llamo la atención fueron esas “sombras”, él nunca las vio a pesar de tener los mismos sueños. Esas imágenes se habían filtrado de tal forma en la vida de Alfonso hasta que llegaron al punto de aparecérsele mientras manejaba, es más, le contó que por culpa de estas colisionó con él. La primera vez que se le apareció una imagen mientras estaba despierto fue en ese momento y perdió el total control de su vehículo. Según su versión lo que se le aparece mientras está despierto es exactamente igual a sus sueños, solo que estos son flashes, no son tan duraderos, pero eventualmente empeoran, sus sentidos se incrementan y se mezclan con la realidad.
Cuando ya se estaban despidiendo Alfonso interrumpió a Rodolfo y le dijo que mirase hacía su derecha, que observara a una mujer muy hermosa que no le quitaba un ojo de encima. Inesperadamente era la misma mujer que en aquella vez le había demostrado tanto desprecio hacia su persona, esto fue muy inesperado y le llamó muchísimo la atención, por lo tanto cuando Rodolfo quedó solo luego de despedirse, se acercó a esta mujer y le habló.
-¡Hola! – saludó él.
-Hola – Respondió secamente ella, aunque esto significaba un gran avance frente a la primera vez que la vio.
-¿Puedo sentarme?
-Sí, no hay problema, ¿Quién sos? – Dijo con una extraña mirada que lo intrigó.
-Rodolfo me llamo, la otra vez te había visto en este bar, hace como una semana ¿Te acordás?, pero creo que estabas de mal humor o algo. – terminó de hablar y sonrió.
-Sí, sí, perdoná, es que no estaba en uno de mis días, por cierto, me llamo Mía, un gusto.
-El gusto es mío, disculpa que sea tan directo, pero cuando te vi me llamaste mucho la atención, sos muy hermosa realmente y además tenés algo que llama muchísimo la atención.
-Eso me han dicho. – Dijo la mujer en tono de broma.
-¿Venís seguido?, las últimas dos veces que vine te vi, pero antes nunca te había visto por acá y de seguro de una mujer tan llamativa como vos me hubiera dado cuenta si te hubiera visto antes.
-Lo que pasa es que me mude hace unas semanas, pensé que mi vida iba a cambiar si me venía a vivir por estos lados, vivir sola en un apartamento sin nadie que me moleste ¿entendés?, pero no es como me pareció. Todo cambió mucho, pero me siento insegura y no tengo tranquilidad como antes.
-Ya veo, entonces te arrepentís de haberte mudado.
-No, al contrario, no me arrepiento, pero hay muchas cosas que me estuvieron inquietando desde hace unas semanas, más precisamente desde el día anterior a mudarme.
Unos gritos interrumpieron la conversación, una multitud se acumulaba en el centro de la calle mirando con desconcierto un escandaloso circo de sufrimiento.
-¿Qué está pasando? – Preguntaron Rodolfo y Mía.
-Un tipo esta convulsionando en la calle.- Contestó un adolescente de aproximadamente quince años.
-Permiso, permiso, permiso.- Repitió Rodolfo, teniendo un mal presentimiento, el cual se cumplió. El hombre con sus ojos dados vueltas, gritando de dolor,  revolcándose en la desesperación e inundado en espuma y llanto.
-¡Alfonso, Alfonso!… ¡hijos de puta! ¿Nadie puede ayudarme a levantarlo o llamar una ambulancia? – Gritaba enfurecido al ser él y Mía los únicos a los que esta situación les preocupaba.
Una ambulancia llegó, pero ya era muy tarde. Intentaron e intentaron pero todo intento fue en vano.  Rodolfo fue junto con Mía en la ambulancia, solo para llegar y ver que no hubo ningún progreso, la oscuridad de la muerte se había llevado el espíritu de Alfonso sin tenerle piedad alguna, muerte tan despiadada y egoísta, nunca piensa los estragos que puede hacer en la vida de las personas y los milagros que haría si omitiera un minuto en los acontecimientos provocadores de su trabajo.
-Muchas gracias, en serio. – dijo Rodolfo a mía sollozando y preguntándose porqué pasó esto.
-De nada, no podría dejarte así, además no tengo nada tan importante que hacer como para no poder usar mi tiempo en dar una ayuda.
Siempre las desgracias de la vida nos muestran que también hay cosas muy buenas, como las personas que se preocupan por otras sin interés alguno, sin buscar nada a cambio más que la satisfacción de haber ayudado al necesitado.

Ferchu Fernández 

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